segunda-feira, 7 de maio de 2012

RAÚL GONZÁLEZ BLANCO: EL JUGADOR INTELIGENTE


(Texto retirado do blog "Los Mejores Ratos")

Hoy he visto un rey mordiendo la arena, le llevaron preso en una limousine: restos de stock, polvo de estrellas…
Quique González.
Cuando la gente escucha las canciones de Quique González recuerda, supongo, a la chica de aquel verano, a la rubia del otro lado de la barra o aquellas vacaciones en el Cabo de Gata; a los amigos de la infancia, dando patadas a un bote en Gran Vía a las seis de la mañana, volviendo de día a casa. Yo al escuchar esta canción de Quique siempre pienso en Raúl. Así me sentí cuando vi el conato de homenaje que le dieron en el Bernabéu al irse, un día sólido de julio, ante un par de cientos de turistas madridistas que andaban haciendo el tour del estadio, y que le hacían fotos a Raúl como quien le hace fotos a un elefante, encerrado en una jaula gigante, en su último día en el zoo. Restos de stock, polvo de estrellas. Me acordé de esa historia que contaba Billy Wilder. Una tarde, paseando con Audrey Hepburn, se le acercó un chaval y le pidió tres autógrafos. Wilder preguntó que por qué tres. El chico le explicó que por tres autógrafos suyos le daban uno de Spielberg. No hay tiempo para las leyendas en Hollywood y menos en el Real Madrid. No hay tiempo para nada. Ni si quiera para él. El mejor de todos. Raúl González Blanco.
Siempre recuerdo la descripción que de él hizo Valdano. Decía que la cualidad más grande de Raúl como jugador es la inteligencia, precisamente la cualidad más difícil de apreciar para las personas no inteligentes. Y es que quien no entienda a Raúl no entiende el juego. Porque él lo conoce entero, entiende su dinámica, domina sus tiempos, cuándo bajar al centro del campo porque el equipo lo necesita, cuándo armar bronca para calentar al estadio, cuándo jugar al toque, cuando aguantar, cuándo apretar, nunca rendidas las armas. Raúl es el juego. Y es el Real Madrid. Por mucho que nos guste el fútbol bonito, el toque y la posesión, el Madrid no se caracteriza por nada de eso. Nuestro lugar está en la remontada y el carácter, tiene más que ver con el corazón que con el cerebro.
Me contaba una vez un amigo alemán que cuando Raúl llegó a la Bundesliga no se lo creían. El tío no era rápido ni un gran cabeceador ni tiraban las faltas. Poco a poco lo fueron pillando. Ahora, tras dos años que han significado su bello canto de cisne, le rinden honores de leyenda como nosotros no supimos hacerlo. Cuando Lola Flores dio seis recitales en Manhattan, el New York Times dijo sobre ella: no canta, no baila… pero no se la pierda. Lo mismo podemos decir del 7. Ni regatea, ni tira, ni destaca por nada, sólo es el mejor jugador que he visto. No voy a hablar de méritos, de los goles en Champions, del aguanís y la cuchara, de ese partido de liga cualquiera contra Osasuna en el que acabó de lateral izquierdo, defendiendo el resultado, y, una vez finalizado, sostenido por sus compañeros en el vestuario, ya que los calambres en las piernas le hacían derrumbarse. No, no es momento de convencer a nadie. Que se arrepienta quien no lo haya comprendido. Porque el que no ha entendido a Raúl, no ha entendido nada.
Raúl es Lester Freamon, de The Wire, igual que Guti podría ser McNulty. Aunque su personalidad, su rostro serio ya con 17 años, con esa barrera autoimpuesta ante buitres y prensa, siempre me recordó ligeramente a Michael Corleone. Su poco elegante salida de la selección dio lugar al encarnizado debate público, al tiro al blanco que tanto nos gusta por aquí. Da lo mismo. Raúl está por encima de todo eso. Ayer, con el pelo cortado como Michael en el tercer padrino, se despidió del fútbol de alto nivel. Se va, como siempre, de manera inteligente, buscando seguir disfrutando del deporte y empezar su carrera como entrenador.
Su último partido de blanco será recordado por su gol del cojo, que define una carrera  llena de esfuerzo y orgullo. Sus últimos partidos en Europa con el Schalke, incomensurables, han sido el broche de oro. Por lo bien que jugó y sobre todo porque no ganó, y saludó uno por uno a los jugadores del Athletic, se metió en su vestuario, dio la mano. Otra vez recurro a Valdano que al acabar estos partidos le dio la enhorabuena por su comportamiento de nuevo ejemplar en la derrota. Él le respondió que sólo hacía lo que el Real Madrid le había enseñado.
Por casualidad, acabo este artículo en mi coche, frente a la puerta C del Bernabéu. El club queda, claro. Nadie es imprescindible. Por aquí han pasado los más grandes. Pero Raúl es el que siempre recordará mi generación. Espero que tarde o temprano reciba el homenaje que se le debe, como también lo merecieron Roberto Carlos, Fernando Hierro o Guti. De cualquier manera, algún día, no muy lejano, desde el estadio se proyectará al cielo el escudo, como en Gotham se proyecta un murciélago, y él vendrá, como entrenador o como lo que él quiera, como símbolo.
La gente, supongo, cuelga en sus habitaciones fotos de su actriz favorita, o de su cantante, o de una película. Yo hace un tiempo puse un folio en blanco en el que escribí, a modo de mantra: si algo va mal piensa en Raúl. Sigan el consejo. A mí siempre me ha funcionando.

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